martes, 29 de septiembre de 2009

El sentido de nuestra soledad

Somos individuos de la especie humana, pero no podemos considerarnos como uno más que se suma a la totalidad de los vivos de nuestro tiempo. En realidad somos individuos inimitables, únicos en la inmensamente larga historia de la especie; desde sus mismísimos orígenes. Esta misma unicidad nos hace presentir que estamos solos. Solos incluso en medio de las multitudes.

Esta misma soledad nos mueve a buscar a nuestros semejantes y a estar, de alguna manera, cerca de ellos; incluso cuando experimentamos la frustración de ver y de sentir cuán limitados son nuestros recursos a la hora de comunicarnos.


Hemos creado las palabras y con ellas las lenguas y los idiomas con el mejor interés de generar y sacar adelante los grandes convenios sociales.

Son éstos los que nos han llevado a trabajar y a vivir en paz y en armonía, pero, siendo como son, tan generales y ambiguos han venido, además, a servir para dejar al descubierto que los hemos logrado, no por entendernos cabalmente, sino por aceptarnos, valorarnos y respetar afectivamente nuestras diferencias.
Todo esto si se hubiera fundado en la pureza de las más elaboradas razones hubiese sido punto menos que imposible de conseguir.


Lenguaje binario si, con nuestros próximos y con aquellos que amamos sinceramente. Pero por este camino llegar a entendernos plenamente sigue siendo una utopía.
Todo cuanto logramos en este campo de la comunicación-comprensión, va de la mano de la decidida voluntad de conseguir las más aceptables aproximaciones válidas al servicio de muy determinados y obligados propósitos.

Solemos negociar con ayuda de las más reconocidas técnicas y prácticas negociadoras, no obstante, seguiremos logrando resultados, más o menos duraderos, porque hemos decidido de antemano o durante el mismísimo proceso negociador que así sea.

Los más apasionados de los amantes, llega el momento en que se desconocen y se separan. Otros evolucionan desde al amor a la amistad y la tolerancia y otros más recorren el camino inverso, pero antes o después surgen los inconvenientes que, de no mediar determinados compromisos sociales o económicos, invitan a liquidar la relación o simplemente a prolongarla; tolerándose buenamente de la mejor y más cómoda forma y manera posible.

Todo esto sucede cuando los hombres volcamos nuestros afectos en los más próximos, cuando debiéramos comenzar haciéndolo para con todos.

Einstein nos invita a ensanchar nuestra compasión con el propósito de que alcance a todos nuestros semejantes. Este esfuerzo, nos dice, en términos reales no podrá conquistar sus ambiciosos frutos, pero, el proponérnoslo e intentar llevarlo adelante, nos hará sentirnos mejor y más felices en la compañía de nuestras limitaciones.

Que nuestras diferencias nos separan, es verdad. Que nuestros afectos, digamos amores, terminen siendo tan descorazonadoramente limitados, también es verdad. Sin embargo, puede que todo se deba a que hemos extraviado las razones de su misma dolorosa realidad.

Es cierto que estamos solos en medio de tantos y de todos, sean estos próximos o lejanos, pero es que olvidamos que el hecho de ser únicos y vernos solos tiene un sentido profundo. Sentido que nos está invitando a sumar diferencias para multiplicar conocimientos, ideas y acciones con el más elevado propósito de servir a la causa de la paz, del progreso y de la felicidad de nuestros semejantes a los que nos debemos por exigencias y primerísimas razones de miembros de la especie humana.

Esta tan profunda como indiscutible verdad, nos invita a concluir que venimos “diseñados” por el Universo para trabajar en equipo como lo han advertido ya desde larga data las empresas y no pocas organizaciones. Pero este “diseño”, más que un programa, encierra un mandato que reclama nuestra puesta en marcha y no termina siendo válido sin el compromiso de perseguir y de luchar en común por la conquista de un proyecto, de un ideal elevado; concebido con la contribución consensuada de todos.

La exigencia de trabajar en equipo pone a prueba la necesidad de contar con una buena dosis de paciencia y de conocimiento. Con sus aportes siempre “a mano” y partiendo de la base de que reconocemos nuestras naturales limitaciones para entendernos, podremos salir adelante para dialogar y discurrir en común, aceptándonos y valorándonos pese a la frecuencia con que solemos entrar a “desconocernos”.R. Gª Carbonell

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