martes, 29 de septiembre de 2009

La verdad a nuestro alcance

Nuestra inteligencia, cada vez más rica y compleja, nos permite movernos por el cosmos y conocer algunos secretos de lo infinitamente pequeño pero, es lo suficientemente inútil para conocer a Dios. No obstante ha resultado válida para advertirle, saber que no estamos solos, adorarle y respetar las normas que nos han proporcionado las religiones para considerarnos sus hijos, estar de Su parte y servirle obrando en favor de nuestros pares y de todo lo creado. Lo que nos ha sido negado es el saber cómo es.

Esta insalvable laguna resulta imprescindible para ejercitar nuestra libertad de tomar partido, reconociéndole como nuestro Dios y único Señor o darnos a la tarea de vivir lo mejor que se pueda “que después de esta vida no hay otra” como lo aseveran no pocos.

El infinito poder de Dios está comprometido con el Amor, de otra manera nos habría puesto en cintura y sometido a su Voluntad para servirle como los más humildes de los esclavos.

¿La paz y el orden mundial.

De buen seguro que estarían prodigiosamente conseguidos con un minúsculo deseo de su poderosa Voluntad pero, el Amor, por evidente designio de su Creador y Dispensador, sólo puede ejercerse y dar sus frutos de la mano de la más libre resolución. Es así como hemos sido programados para funcionar.

Corroborar este acerto es bastante fácil, nos bastará situarnos ante la posibilidad de que los hombres y mujeres de este mundo disfrutáramos de la inenarrable fortuna de conocer a Dios. Todo sería de otra manera.

No se bien cómo nos arreglaríamos para comer, para vestirnos, para estudiar y formarnos, para trabajar y ganar las prosperidad que anhelamos con el propósito de ser útiles a nosotros mismos y a los demás.

Todos, sin excepción, estaríamos deslumbrados y volcados a Bendecirle y Venerarle con un cántico interminable desde nuestros respectivos centros de adoración y de recogimiento.

Las ciudades no las conoceríamos como las conocemos, serían esencialmente centros de oración. Finalmente y muy a la corta moriríamos gustosos de hambre y de frío... “Vivo sin vivir en mi y tan alta dicha espero que muero porque no muero” nos dice Santa Teresa.. Si.

El alimento y el abrigo nos tendría que ser proporcionado como a Adán y Eva, pero sin las ventajas de aquellos primeros padres, porque ellos disfrutaban del Paraíso Terrenal con singulares poderes adicionales; estando como estaban tan cerca de Dios, teniendo en sus manos la posibilidad de conocerle y de amarle...

Lo que ocurrió después todos lo sabemos.

Desde aquellos tiempos ignotos, nuestros mayores hubieron de arreglárselas sin conocer a Dios. Pasar a trabajar y a ocuparse de si mismos, no sin advertir que algo muy grande que les era ajeno, estaba presente en el poder del Sol y en el abrigo y el sustento que les proporcionaba la Tierra donde se movían con entera libertad.

Lo cierto es que los humanos tuvimos que arreglarnos sin conocer a Dios. Por ende sin su inefable presencia, reservándonos el consuelo de la esperanza de llegar a El gracias a los servicios de la muerte que nos lleva a la eternidad.

Así las cosas, hoy, a poco que pensemos, podremos concluir que nuestra torpeza es indispensable para el ejercicio de nuestra vida en libertad. Lo que ocurre es que seguimos aspirando a ser como Dios y perseguimos el poder a toda costa.

Se dice que en la cumbre de la pirámide de nuestras aspiraciones, después de cubiertas todas las necesidades, está el deseo de conquistar el “poder”.

Nos aferramos a la libertad de hacer lo que nos venga en gana hasta que nos frena la salud, la ley o la libertad de los demás porque dejamos de lado un principio fundamental: que la libertad sólo tiene sentido para el ejercicio del amor.

Sin el amor, la libertad, de la mano del poder - del que siempre se pretende más-, nos lleva a maltratar de mil maneras, a humillar, a torturar y a matar a nuestros semejantes, siguiendo los consejos de nuestras componendas racionales, de nuestros intereses y de nuestras apetencias de dominio.

Eso es lo que entendemos cuando usamos la libertad sin el amor por nada ni por nadie.Me repito.

El amor no tiene validez alguna sin la libertad más absoluta de manifestarlo.

Es más, el amor verdadero es imposible sin la libertad de los que dicen amar y tiene que manifestarse en hechos concretos en directo beneficio de lo amado.

Ya hemos citado el refrán español referido, concretamente, a este aspecto esencial del amor que bien vale la pena repetir aquí: “obras son amores, que no buenas razones”...
R. Gª Carbonell

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