martes, 29 de septiembre de 2009

El camino de los acuerdos

La comunicación precisa para concretarse, del equilibrio entre hablar y escuchar con paciencia y del más sano y respetuoso interés para con la forma y manera de ver las cosas y de sentir y de experimentarlas por parte de nuestros semejantes. Estos elevados propósitos chocan habitualmente con el fracaso al que nos condenan nuestras limitadas habilidades racionales y emocionales para lograr y sacar adelante acuerdos inteligentes y duraderos.

“Hablando claro nos entendemos” dicen los que hacen gala de cierto poder y cuando las respuestas suenan a incomprensión y a “no entiendo”, la balanza de la sensatez se descalabra para perseguir un mayor poder y, con él, intentar conseguir lo que, de momento, tiene que ser aceptado.

De allí el conocido disparate de que “para lograr la paz, el mejor camino sea el de prepararnos para la guerra”.
Lo que significa que para negociar y lograr lo que perseguimos, los hombres, tengamos que armarnos hasta los dientes; apelando a los más sofisticados medios para hundir en el dolor y el sufrimiento de la muerte a nuestros semejantes de toda edad y condición.
Por este camino, llenarnos la espalda con las vidas de los inocentes desvalidos y conquistar el aparente poder, a fin de imponer nuestras ideas y sacar felizmente adelante nuestros intereses; sobre todo los de los que presumen de poderosos a lo largo de nuestro ancho mundo.

Es natural que los que ven a sus gentes vilmente masacradas, faltos de recursos y llenos de odio, se vean empujados a responder y lo hacen apelando al más desconcertante, económico y poderoso de los recursos para sembrar el dolor y la muerte: abolir el convenio primigenio de la confianza recíproca.

Los resultados están a la vista. Sus consecuencias, también.

Les llamamos actos vandálicos en manos de terroristas desaprensivos.
Pero, la realidad es muy simple, se ha sustituido la artillería, las bombas inteligentes, los soldados hiperpertrechados expertos en neutralizar y matar a sus adversarios o enemigos, los helicópteros artillados, los misiles balísticos intercontinentales y un largo etc.
de un valor incalculable, por un convenio que llevó millones de vidas a través de millones de años y que incorpora a los muertos entre los miembros de la sociedad humana, como bien rezan las conclusiones de Alexis Carrell: “La sociedad humana se compone de los muertos, de los vivos y de los llamados a sucedernos y a vivir en su día”.
Con estos conocimientos, me pregunto: ¿ Hasta dónde ha llegado nuestra comprensión sobre la mejor manera de entendernos?.
¿Será con el más efectivo empleo del lenguaje binario de las armas sofisticadas y del convenio primigenio - que ni siquiera nos pertenece porque es también de los muertos y de los van a vivir-, que nos hemos permitido mandarlo a la papelera? ...

¿Cuántos miles o millones de muertos más volveremos a necesitar para recuperar la cordura de los que hemos elegido para conducir y reconducir los intereses y la paz de nuestro mundo?.

Ante tamaña salvajada, tanto de unos como de otros, cabe pedir que se enteren de una buena vez que la única salida es el diálogo en equilibrio llevado a cabo con amor, con “mucha paciencia y mucho conocimiento” como le dijo, un señalado día, a su nieto el abuelo del autor...R. Gª Carbonell

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