jueves, 25 de febrero de 2010

LAS FORMAS Y EL SABER ESTAR José Carlos Fernández Otero

La categoría de las personas se mide por una serie de actuaciones que al final las define y coloca en su lugar. Sin duda el tributo que deben ofrecer los personajes: el estar expuestos a un cúmulo de circunstancias que deben afrontar por su situación de privilegio.

Quienes ocupan lugar preeminente en la sociedad deben tener presente que son blanco de críticas o halagos.

Los individuos y las entidades en esta situación son blanco de comentarios a veces agradables y en otros momentos agrios.

Olvidarlo acarrea desprestigio difícil de corregir. Cuando menos debemos esperar y solicitar de quienes ocupan relevante situación unas formas sociales elementales.

Se trata de “saber estar”, y comportarse.

Las personas anónimas pueden permitirse una serie de comportamientos vetados a quienes están en situaciones de privilegio. Son muy humanas reacciones cuando uno es acosado injustamente e incluso cuando campañas orquestadas sacan de quicio en la pretensión de aniquilar una figura.

Comprensible, pero aquí entra la virtud de la prudencia muchas veces adobada con la paciencia del Santo Job. Cuando alguien se siente incapaz de controlar sus reacciones, lo más prudente es marcharse al ostracismo, saber retirarse –que esa es otra- o rechazar comparecencias públicas.


Mal las provocaciones, los insultos y agresiones de cualquiera, que debieran controlarse, pero es de esperar que quienes se sienten líderes con su ejemplo hagan de contrapeso frente a los despropósitos de los desaforados provocadores.

Creo haber leído en “El Príncipe” de Maquiavelo algo parecido a esto: “No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes, pero es indispensable que aparente poseerlas”. Aquello de la mujer del César, que al menos debe aparentar honradez, aunque carezca de ella, por bien de la misma convivencia y la ejemplaridad.

Vemos ejemplos criticables sin capacidad para aceptar el pago de su popularidad.

Ocasiones preciosas para callar, rumiar por dentro, y hacer caso omiso a las provocaciones.

Desde los campos deportivos a los foros políticos, falta elegancia, dignidad y estilo como comprobamos.

Recientemente algunos clamorosos. Aquella increíble reacción del entrenador de la selección argentina de fútbol, la desconcertante “peineta” del “ex” o los obscenos gestos del aspirante a “representar” a España en el festival de Eurovisión. Como los graves hechos acaecidos en la final de la Copa del Rey de baloncesto.

Hechos condenables desde los cánones de la buena educación. Lo que ocurre es que las reacciones son bien distintas.


Los Reyes han dado muestras de conocer a la perfección esos cánones y el lugar que ocupan.

Bien me imagino lo que decía David Trueba en un diario de tirada nacional: “Las personas con responsabilidad pública tienen que aprender a envainarse el dedo, a no mandar callar a nadie por plasta o populista que sea, a no llamar a nadie ni hijoputa ni tonto de los cojones en voz alta, e incluso a demostrar con toda la sangre fría que uno pueda bombear desde su corazón caliente, que aquellos que te desprecian también contribuyen a ennoblecer tu figura si eres capaz de responderles con la grandeza que da un cargo bien llevado.

Sólo así los pitos pueden ser flautas”.

Sus Majestades aguantaron con elegancia y eso se llama “saber estar”.


Claro que ante la repetición de hechos similares tenemos el contundente ejemplo francés.

Cuando suena la “Marsellesa” si el personal incordia, se suprime el partido y punto. Así, mientras suena el himno nacional la gente escucha, sean del color que fueren.

Ejemplo que debiéramos adoptar ante casos como los de Valencia, hace un año o en Bilbao recientemente. A individuos carentes de elementales muestras de comportamiento lo más lógico es enseñarles, ya que enseñar al que lo necesita es una obra de misericordia.

O, en el caso del fútbol, si aquello a ellos les resbala, lo más lógico es que se abstengan de participar en la competición para evitar el tener que llegar a extremos de este tipo.

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