“Benditos los flexibles, porque no se torcerán” (Dr. Michael Mcgriffy.)
La educación y las formas son dos conceptos y conductas básicos que nunca deberíamos perder. Al fin y al cabo nos suponemos seres inteligentes, y por tanto, con capacidad para saber discriminar entre las malas y las buenas formas, entre los malos y los buenos modales. En algún artículo escribí que dichas formas y dicho protocolo se habían perdido por completo, o casi por completo.
Frente a la educación y las buenas formas nos encontramos los escondrijos humanos emocionales: hablar a espaldas del otro, criticarle, no expresarle lo que pensamos de él, mentirle por tanto, no ser sinceros, confundiendo muchas veces la confianza con el “todo vale”.
La educación y el saber estar son factores fundamentales para mantener unas relaciones interpersonales sanas, lúcidas y transparentes.
Nuestro sistema de valores y creencias tiene mucho que ver con nuestros comportamientos y la forma de expresar nuestras emociones.
Nuestras primeras creencias surgen de la necesidad que tenemos de niños de ser queridos y aprobados por nuestros padres y nuestro entorno educativo.
Un segundo grupo de creencias surge básicamente durante nuestra adolescencia con la necesidad de sentir pertenencia y aprobación de nuestro grupo de referencia.
Y el tercer grupo surgiría de la necesidad de bienestar emocional o físico, es decir, de la necesidad de autoestima, que todos necesitamos para desenvolvernos adecuadamente ante la vida.
La rigidez cognitiva está muy relacionada con los valores no sanos que hemos ido construyendo a lo largo de nuestras etapas de vida. Estos valores no sanos suelen ser rígidos, es decir no permiten excepciones a nuestras creencias cuando las circunstancias lo justifican, no se suelen ajustar a la realidad, es decir se aceptan sin determinar en qué medida encajan y se ajustan a nuestras circunstancias particulares, personalidad y necesidades y no suelen basarse en una evaluación de las consecuencias que nos acarrean, es decir son absolutos y globales, fomentando una conducta porque es “correcta” o “buena” y no por tener consecuencias positivas.
Por ello frente a ellos les propongo los valores sanos que serían aquellos con las características exactamente contrarias´, es decir serían aquellos flexibles, ajustados a la realidad y que se evalúan en función de las consecuencias (positivas frente a las negativas, fomentando una conducta que produce resultados positivos para nosotros, manteniéndose porque llevan una forma de vida que nos hace sentir bien.
Aquellas personas que llamamos comúnmente “cuadriculadas”, es decir rígidas en sus planteamientos, poco flexibles son aquellas menos sanas psicológicamente, y tienen más problemas a la hora de enfrentar se a dilemas éticos en circunstancias que son excepciones a la norma interiorizada para ellos.
Sea flexible con su forma de pensar, salga de sus cuatro paredes. Será más feliz, porque descubrirá una forma más sana de enfrentarse al mundo y a su forma de comportarse. La tolerancia, la capacidad de empatía, el ceder, el saber y tener capacidad para “negociar” con uno mismo también son claves para vivir más sanamente.
Por Fco. Javier Sánchez Martínez. Psicólogo
http://www.vocesdecuenca.com/
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martes, 17 de enero de 2012
Cuando la educación y las formas fallan: “el no saber estar”
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