Dos afirmaciones de “prohombres” de la patria y “modelos” de vida, tienen alborotado el avispero de los moralistas, alrededor de un asunto discutido y no resuelto a través de los siglos: ¿Somos los seres humanos buenos o malos por naturaleza? Qué se puede esperar o exigir del comportamiento de los individuos y de la sociedad humana?
Afirmó Turbay Ayala que lo posible no es eliminar totalmente la corrupción sino “reducirla a sus justas proporciones” y Guido Nule que “la corrupción es inherente a la naturaleza humana”.
Tales afirmaciones si bien no proceden de ínclitos personajes y han escandalizado a rigurosos guardianes de la moral, bien entendidas no carecen de verdad y de realismo. No se trata de justificar la corrupción sino de explicar sus raíces, no se trata de absolver a los corruptos sino de comprender y evaluar sus comportamientos.
Una es la moral como ideal irrenunciable y otra la moral real exigible. No somos ángeles ni vivimos en un mundo de ángeles y los comportamientos humanos debes ser juzgados en su contexto. Pretender imponer una moralidad de ángeles al estilo de los Savonarolas a menudo hipócritas cuyo comportamiento no se ajusta a aquello que exigen a los demás, conduce a excesos, fanatismo, intolerancia e injusticias.
Afirman estos moralistas que en ética no haya término medio: se es honesto o se es deshonesto. De acuerdo: es ladrón quien roba al erario público o estafa y los es también quien se roba una gallina. Pero no lo son igualmente. Lo grave es que quien abre las puertas a los delitos pequeños corre el peligro de cometer grandes. Los cánones morales deben ser pues estrictos, pero su exigencia debe ser evaluada según la gravedad y las circunstancias; de lo contrario sobrarían los jueces.
El meollo de la cuestión radica en el eterno problema de la naturaleza humana, si somos los humanos buenos o malos por naturaleza, cuyas diversas respuestas son más o menos fundamentadas y argumentadas. Para los optimistas el hombre es por naturaleza bueno. Para Hobbes por el contrario “es un lobo”. Tales afirmaciones son fatalistas o quiméricas y harían de la educación o de la justicia algo innecesario o inútil. Es famosa la sentencia de Rousseau según la cual “el hombre nace bueno pero la sociedad lo corrompe”, contradictoria porque si la sociedad está hecha de hombres por naturaleza buenos, entonces ¿quién corrompió a la sociedad? La posición más aceptada es la aristotélica según la cual los seres humanos no nacemos ni buenos ni malos sino “cual tablas de cera sobre las cuales nada se halla escrito”. Yo la atenuaría afirmando que los seres humanos nacemos con tendencias hacia el bien pero con capacidad de hacer el mal.
Publicada por
Reinaldo Suarez Diaz
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domingo, 29 de mayo de 2011
¿Ética para ángeles o para humanos?
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