lunes, 30 de mayo de 2011

Importante saber hacerse las preguntas que empezar a buscar las respuestas.

 Por eso es tan relevante estar cerca de quien se plantea las preguntas y luego es capaz, tirando del hilo de Ariadna, de explicarse y de explicarnos algunas cosas. El pasado viernes día 20 de mayo La Casa de Zamora puso fin a su brillante ciclo cultural de primavera con una ponencia que el profesor Manuel Lucena, investigador del CSIC y uno de los más reputados especialistas en historia de América, impartió sobre el papel que algunos zamoranos jugaron en la configuración de la antigua gobernación de la Venezuela.



La conferencia fue un deleite y una invitación al conocimiento. Una fiesta para la inteligencia, tan castigada durante las dos semanas de campaña electoral. El profesor Lucena nos llevó a todos a la costa venezolana, a mediados del siglo XVI y allí empezó a contarnos una historia. Primero nos puso en situación: los españoles han dominado ya el Imperio azteca, han llegado a los mares del Sur e incluso tienen en su poder el vasto Imperio inca. Pero las cosas de Venezuela se les resisten y no son capaces de fundar ciudades allí. Se trata de unas costas vitales para la Corona, en tanto que son las costas de Barlovento, es decir, la costa a la que los vientos empujan los barcos que llegan de Castilla con armas, soldados y colonos. Además, el modelo de poblamiento castellano, siguiendo la lógica greco-latina, es un modelo basado en ciudades; sin ellas no hay ocupación del territorio y sin ellas no puede afirmarse la presencia de la Corona sobre la costa. Las ciudades en América se hacen siguiendo modelos castellanos, alrededor de una Plaza Mayor, con el espacio que falta en Europa, con la idea de construir un Nuevo Mundo que supere las estrecheces del Viejo. Las dificultades para fundar estas ciudades en la costa venezolana llegan no solo por la orografía, sino también por el tipo de tribus que habitan la zona, sin jerarquías claras y sin unas formas de Gobierno que permitan la negociación con ellas.


En esta situación tan compleja aparecen en escena, con pocos años de diferencia, dos zamoranos. El primero es Diego de Losada, un hombre de frontera que ha sobrevivido al ciclo de la conquista y que lleva varios años en América. De origen carballés, y criado por los Pimentel en Benavente, Losada lleva desde los años treinta en América y va a ser el que consiga la puesta en marcha, de manera definitiva, del primer asentamiento urbano en la parte central de la provincia de Venezuela, fundando la ciudad de Santiago León de Caracas en julio de 1567. Con Caracas en pie, únicamente queda a los españoles el reto de fundar otra ciudad al oeste de la gobernación, a las alturas del lago Maracaibo, donde ya se han intentando otras veces y se ha fracasado de manera estrepitosa. En este caso, vuelve a jugar un zamorano un papel destacado: es Diego de Mazariegos, gobernador desde 1570 de la provincia de Venezuela. Mazariegos en un zamorano que lleva en América desde que en 1555 se hiciera cargo de la isla de Cuba, y ahora ha de hacer frente al reto de continuar con la consolidación del dominio español en las costas venezolanas. Con la piratería inglesa asolando el Caribe, para la Monarquía es cada vez más necesario disponer de una red de ciudades que permitan asegurar el dominio sobre toda la costa. Así que Mazariegos encomienda al salmantino Pedro de Maldonado para que funde de nuevo una ciudad de Maracaibo, donde ya había desaparecido unos años antes la Ciudad Rodrigo de Maracaibo. Impulsado por el gobernador, Maldonado funda de manera definitiva la ciudad en 1574, a la que llama Nueva Zamora de Maracaibo en honor del gobernador Mazariegos, al que los contemporáneos se referirán como el hombre de «Gobiernos claros». Así que fueron zamoranos, concluye el ponente, los hombres clave que consiguieron asentar la presencia de la Monarquía en la costa venezolana, poniendo fin a la anomalía que suponía la ausencia de ciudades en aquellos territorios de la Monarquía.


Ha pasado casi una hora y el profesor Lucena nos devuelve a todos al siglo XX, al Salón Viriato de La Casa de Zamora. Mientras aplaudimos, recuerdo lo que Nassim Tale cuenta en su magnífico libro «El cisne negro»: la erudición es síntoma de verdadera curiosidad intelectual, porque sin ella una persona podrá ser muy inteligente pero nunca será sabia. Y si uno no es sabio, no será capaz de hacerse preguntas que susciten respuestas que plateen a su vez nuevas preguntas; como en este caso esa pregunta que el profesor Lucena se formuló hace un par de meses durante un almuerzo: ¿Qué hacían dos zamoranos fundando ciudades en el barlovento americano?


(*) Miembro de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología


MANUEL MOSTAZA
/www.laopiniondezamora.es

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